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Fragmentos de nuestra historia – Parte 4
En la semana de nuestro aniversario queremos compartir con ustedes el relato de distintos momentos fundamentales de nuestra historia como pueblo. Lo haremos a través de fragmentos del libro “La memoria de mi pueblo”, escrito por nuestros vecinos Yolanda Gassmann y José Hermann, y publicado en el año 2011.
Desde la Municipalidad de Valle María queremos expresar nuestro agradecimiento a los autores de este libro. Valoramos su trabajo y su generosidad al compartirlo con toda la comunidad.
En el día de hoy disfrutaremos de la lectura del apartado “ARGENTINA, un destino inesperado”
ARGENTINA, un destino inesperado
Al amanecer apareció un pequeño vapor al que subieron con todo su equipaje y tomó rumbo hacia Buenos Aires y no a Río de Janeiro, como lo esperaba la gente.
Los pasajeros fueron desembarcados sobre carretas tiradas por bueyes hasta la costa, porque en aquel tiempo no estaba construido el magnífico puerto que tiene actualmente.
¡Cuánta agitación en el puerto de Buenos aires!
Más de mil personas eran trasladadas hasta el Hotel de los Inmigrantes, que era una modesta casa de madera, insuficiente para albergar a tanta gente.
Es fácil de imaginar la gama de sentimientos reinantes. La alegría de llegar a destino se mezclaba con la decepción de haber sido engañados. Cansancio y deseos de establecerse después de tan largo peregrinar, no llegaron a opacar la férrea voluntad, rayana a la tozudez de esta gente, que comenzaron a averiguar a quien le cabía la responsabilidad del engaño.
En esta compleja situación, se acercó al hotel, un enigmático señor llamado Nast, que hablaba perfectamente alemán, y trató de persuadirlos para que abandonen la idea de viajar a Brasil. Tenía amplia información sobre el grupo de alemanes que los precedieron, y que habiendo pasado por Brasil, finalmente se asentaron en Hinojo, al sur de Buenos Aires. Mencionó los inconvenientes que tuvieron en el país carioca, y describió las ventajas que ofrecían los suelos de la provincia de Entre Ríos, las mejores para la producción de trigo, superiores incluso a las de Hinojo. Recomendó, con insistencia, que en el momento de que se acercara algún funcionario del gobierno, pidieran las tierras cercanas a Diamante, en Entre Ríos.
Nunca se pudo establecer el papel que jugó el señor Nast en esta historia, que intereses lo movían, o en representación de quién actuaba, pero, sin duda, su gestión finalizó exitosamente.
Mientras los hombres seguían deliberando sobre los inconvenientes para llegar a Brasil y las mujeres, siempre activas, se ocupaban de la instalación en el hospedaje, higiene y comida, había alguien que se ocupaba de los trámites burocráticos y de los reclamos por el destino imprevisto del contingente.
Nicolás Gassmann, hombre instruido y de carácter firme, asumió el liderazgo del grupo, y se dirigió al consulado alemán. Así relata en sus crónicas los acontecimientos:
“…Yo me dirigí al consulado alemán, allí había, frente a un gran pizarrón, unos 15 hombres sentados alrededor de una mesa, y nuestro capitán Hess, también estaba sentado entre ellos. Cuando me vio, agachó la cabeza y clavó los ojos sobre la tabla que tenía delante, y no los levantó para mirar a otra parte. Yo lo increpé pidiéndole que nos llevara a Brasil tal como nos había prometido en Bremen, ese había sido el convenio. Además durante el viaje, en varias oportunidades, nos prometió dirigirse a Río de Janeiro, y cuando nos dimos cuenta que estaba pasando de largo frente a las costas brasileras, le llamamos la atención porque no paraba, y nos dijo que le convenía más ir primero a Buenos Aires y después volver a Brasil. Como no tenía ninguna experiencia en viajes por mar, le creí, y aún seguía con la esperanza que nos llevaría a Brasil.
Durante el tiempo que estuve en el consulado hablando y exponiendo mis razones y denunciando el convenio que habíamos hecho antes de zarpar, el capitán no levantó los ojos de la mesa.
El principal del consulado me escuchaba y trataba de calmarme, quería hacerme razonar según sus puntos de vista. Me decía: _ Querido amigo, ustedes ahora están aquí, conozcan el país, estoy seguro que si lo hacen les va a gustar, y si eso no sucediera, ustedes son hombres libres ¿quién los va a retener aquí contra su voluntad? Ustedes tienen su viaje pago y nadie les puede impedir llegar al destino convenido.
Y este señor salió conmigo de la casa, los dos solos, y él siempre hablando y tratando de convencerme para que nos quedáramos aquí y conociéramos el país.
Cuando llegué de vuelta con mi gente y les conté todo lo que había pasado, no había ninguno que quisiera quedarse aquí. Todos pidieron irse a Brasil, pero no había nadie que hiciera algo al respecto… Me dirigí al cónsul ruso, pero éste no se ocupó para nada de nuestro problema.
También fui a ver al cónsul de Brasil, pero tampoco tuve buenos resultados; le pedí que nos ayudara para poder llegar a Brasil, pero la idea no lo entusiasmó para nada, insistí y le pedí que enviara un telegrama, y también se negó.
Fue entonces cuando me convencí que no podía contar con nadie.
Nuestro contingente estaba compuesto por 1006 pasajeros, y todos querían ir a Brasil.
Aquí fue cuando la gente me pidió, por el amor de Dios, que fuera personalmente a Brasil, que me dirigiera al gobierno para que se ocupara de nuestra situación. Eso me costó mucho. La buena gente no cedió en su pedido e insistió en que hiciera el viaje, hasta que finalmente accedí y decidí dejar a mi familia e ir a Brasil a exponer a su gobierno nuestro problema. Ahí mismo juntaron dinero para los gastos de traslado y estadía, querían buenamente pagar todo, la ida y el regreso, incluso llegaron a hablar de pagarme un salario con tal de que fuera. Juntaron solamente 40 marcos, pero juraron que a mi regreso me pagarían todos los gastos que hiciera.
El 30 de diciembre de 1877 (calendario ruso) viajo de Buenos Aires a Río de Janeiro. A las 6 de la tarde inicio el viaje y llegué a las 7 de la tarde del día 4 de enero de 1878.
El día siguiente, 5 de enero, me recibieron las autoridades para que expusiera los motivos de mi presencia y lo que pretendía. El día 7 tuve que hacer un escrito historiando nuestra trayectoria y todos nuestros antecedentes, conjuntamente con lo que pretendíamos. Un empleado tuvo que hacer la traducción al portugués de todo lo que escribí. El día 8 me tuve que presentar ante una autoridad ministerial que hablaba perfectamente en alemán. Nuestra conversación duró por lo menos una hora. Este señor no dilató el asunto y al día siguiente, domingo a las 8 horas de la mañana, mandó un telegrama a Buenos Aires para que el cónsul de Brasil, sin demora alguna, obviara todo trámite necesario para que todo agricultor de ese grupo que quisiera ir a Brasil, lo pudiera hacer de inmediato con todos los gastos pagos por el gobierno brasileño. Que ordenara y contratara los servicios del capitán del barco para trasladar a todos aquellos que quisieran ir.
Cuando el telegrama llegó a Buenos Aires ese domingo antes del mediodía, nuestra gente estaba asistiendo a Misa. De todo esto me enteré luego de mi regreso.
La reacción de las autoridades migratorias argentinas fue inmediata. Por falta de una comunicación verbal debido al idioma, fueron a lo práctico e hicieron exhibición de fuerza para expresar lo que querían. Reunieron a toda la gente con gritos imperativos. Los sacaron de la iglesia y custodiados por policías montados a caballo, los arrearon prácticamente por la fuerza hacia la ribera del río. Allí los embarcaron en un viejo y poco seguro, destartalado barco. Ahí los tuvieron incomunicados un día y una noche.
El cónsul brasileño no pudo legalizar un solo pedido de traslado de agricultor alguno hacia Brasil. Nadie se enteró del telegrama…”
Nicolás Gassmann (hijo), que escribía sus propias crónicas, confirma el relato de su padre:
“En esta ciudad de Buenos Aires, estuvimos 12 días. Nuestro anciano padre partió enseguida en un transporte hacia Brasil como delegado de todo el contingente, porque todos queríamos ir a Brasil y no a Argentina. Habíamos sido traídos aquí contra nuestra voluntad y conocimiento para hacernos quedar en Argentina.
De todas las cartas y telegramas que nuestro padre envió a Buenos Aires, nada llegó a nosotros, pero sí al gobierno.”
Ya habían pasado diez días desde la llegada. Una mañana muy temprano, corrió la triste noticia de la muerte de una niña. Grande fue la conmoción en todo este grupo de alemanes. El luto, el silencio, la tristeza y la nostalgia, llenaba de sombras los rostros.
Juliana, de solo dos años fallecía. Nicolás Gassmann, aquel joven entusiasta con su libreta de viajes, era su padre. Nada pudo hacer cuando aquella criatura se despedía en sus brazos. La improvisada habitación se llenó de sollozos, prolongados abrazos y la oración a Jesús y María fortaleció la fe de estos humildes aldeanos en la voluntad de Dios, como una prueba más de su llegada a la América que soñaron.
En la mañana del domingo una reducida comitiva se dirigía, en carro, hacia el camposanto para dar cristiana sepultura a Julianita. Sus padres no perdían de vista esa pequeña caja blanca mientras guardaban su triste silencio. Poco importaban los bruscos movimientos del carro en esos malos caminos de tierra, ni los gritos de los mercaderes tan abundantes en plazas y calles de Buenos Aires. Solo la oración fortalecía sus corazones destrozados. En un momento Gertrudis Kessler, rompió el silencio, dirigiéndose a su afligido esposo: _ Nicolás, la Argentina será nuestra nueva patria. Aquí, Jesús quiso que descansase nuestra hija, aquí descansaremos también nosotros.
Nicolás no respondió. Compartió el sentimiento y se lo prometió a su hija.
Mientras pasaban los días, en Buenos Aires, los inmigrantes, preocupados por la falta de noticias del delegado a Brasil, decidieron aceptar la oferta del gobierno argentino, y siguiendo los consejos del Sr. Nast, optaron por las fértiles tierras de Entre Ríos.
En una asamblea plenaria con funcionarios del gobierno local, se leyó en alemán, el “Contrato-Proyecto”, el mismo que se estableció para la colonización de Hinojo y que fuera firmado por el presidente Nicolás Avellaneda y aprobado por el Congreso de la Nación.