Contenido principal
Fragmentos de nuestra historia – Parte 2
En la semana de nuestro aniversario queremos compartir con ustedes el relato de distintos momentos fundamentales de nuestra historia como pueblo. Lo haremos a través de fragmentos del libro “La memoria de mi pueblo”, escrito por nuestros vecinos Yolanda Gassmann y José Hermann, y publicado en el año 2011.
Desde la Municipalidad de Valle María queremos expresar nuestro agradecimiento a los autores de este libro. Valoramos su trabajo y su generosidad al compartirlo con toda la comunidad.
En el día de hoy disfrutaremos de la lectura del apartado “El tren. Una experiencia novedosa” en el que se relata cómo nuestros antepasados vivieron ese viaje en tren desde Saratov hasta tierras alemanas, donde luego se embarcarían hacia América.
El tren. Una experiencia novedosa
El encargado del grupo de Mariental era José Meier, y presionaba para que los preparativos de tomar el tren, se realizaran cuánto antes. En Saratov se habían reunido más de 1000 personas, provenientes de las aldeas del Volga. Fue grande el asombro de los colonos, especialmente de los más jóvenes, al observar por primera vez el tren que los llevaría hasta Bremen. Observaban todo con admiración y algo de descreimiento. ¿Era posible que esa locomotora arrastrara los vagones cargados, a gran velocidad, atravesando Europa?
El tren se componía de doce vagones de pasajeros, con una capacidad de aproximadamente 100 personas cada uno. En ellos se acomodaron por familias y aldeas de origen, de la mejor manera posible, para un viaje que duraría ocho días.
Apenas iniciado el viaje, el grupo de Mariental, eligió a Pedro Dening como sacristán para dirigir el rezo del Santo Rosario y los cantos, que todas las mañanas y noches los congregaba a la oración. Las conversaciones rondaban entre los recuerdos de los afectos que dejaban y los proyectos del futuro que los esperaba en una nueva patria. Las mujeres atendían a los niños, y se reunían a charlar, mientras tejían o cosían. Los ancianos encendían sus pipas y jugaban a las cartas. Los jóvenes cantaban canciones populares, acompañados de acordeones. Así transcurría el tiempo, entre oraciones, música, cuentos, bromas y entretenimientos.
El cuarto día llegaron a la estación de Orell, donde tuvieron que detenerse medio día en un desvío, porque se esperaba el paso de varios trenes militares. Allí pudieron ver como pasaron cinco trenes cargados con armamentos y soldados de infantería y caballería. No podían dejar de pensar y comentar que ése sería el destino de los jóvenes, si se quedaban en Rusia.
Pero al día siguiente vieron algo peor. Mientras entraban a la estación de Witepszki, vieron parado un tren, que venía del sur, repleto de heridos. Dening y Gassmann bajaron para ver a los prisioneros. Eran soldados turcos; estaban tirados en el piso de los vagones, sobre paja.
“Unos tenían la cabeza vendada con trapos impregnados de sangre, tanto que no se les veía la cara. Algunos tenían un brazo en cabestrillo, otros habían perdido sus dos piernas. Todos se veían terriblemente hambrientos y desnutridos. Había quienes estaban muriéndose, mientras torcían la cara y gemían lastimeramente con mirada desesperada. En sus derredores no se veían caras conmovidas, ni se escuchaba una palabra de consuelo o de aliento.
Cerca de la puerta de un vagón, Gassmann vio a un joven turco echado que parecía ser algo más que los otros, herido en la cabeza, que daba la impresión de tener mucha sed. Gassmann llenó una botella con agua y se la alcanzó al joven turco que, al principio, no se daba por aludido, pero luego, cuando vio la cara de compasión del colono alemán, sorprendido tomó rápidamente la botella, bebiéndosela en pocos tragos. Dening, mientras tanto, había regalado su pipa y su tabaco a un prisionero turco, que quedó con una sola pierna. Con miradas de agradecimiento, premiaron los pobres, la buena obra.
Llegaron los funcionarios del tren y los dos samaritanos, tuvieron que retirarse, quedando los pobres prisioneros, entregados a sus destinos.
Cuando Dening y Gassmann les describieron a sus compañeros de viaje lo que habían visto, todos se sintieron contentos de poder dar la espalda a Rusia y de haberse decidido por la emigración. Un anciano agregó proféticamente: yo temo que los que se queden en Rusia, deberán sufrir mucho, material y religiosamente. Cuarenta años después, estas palabras tuvieron un terrible epílogo.”