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Fragmentos de nuestra historia – parte 1

13/07/2020

En la semana de nuestro aniversario queremos compartir con ustedes el relato de distintos momentos fundamentales de nuestra historia como pueblo. Lo haremos a través de fragmentos del libro “La memoria de mi pueblo”, escrito por nuestros vecinos Yolanda Gassmann y José Hermann, y publicado en el año 2011.

Desde la Municipalidad de Valle María queremos expresar nuestro agradecimiento a los autores de este libro. Valoramos su trabajo y su generosidad al compartirlo con toda la comunidad.

 

Así comienza el relato de Yolanda y José:

“La historia del pueblo comienza cuando un grupo de alemanes, agobiados por sucesivas guerras en una Alemania devastada y sumida en la pobreza, veían con desesperanza el futuro en su amada Patria y deciden emigrar a Rusia, tentados por un Manifiesto de la Zarina Catalina II.”

 

Hoy compartimos con ustedes el apartado “Preparativos y partida”, que relata cómo nuestros antepasados se disponían a dejar las tierras rusas y embarcarse camino a América:

 

Preparativos y partida

 

En su libro del Cincuentenario el Padre Ludger Grüter, reúne los testimonios de Pedro Salzmann, Nicolás Gassmann y Nicolás Gassmann hijo, de estos momentos de gran agitación en las aldeas.

En primer lugar debieron tramitar los pasaportes en Saratov, lo que no significó un problema, porque hasta el año 1879, las autoridades rusas veían con buenos ojos, que los colonos abandonaran las superpobladas colonias del Volga. Cada pasaporte costaba 10 rublos, y se gestionaba a través de alemanes capacitados en el idioma ruso, en forma rápida y eficaz.

Había que reunir la mayor cantidad de dinero posible, vendiendo todos sus bienes y pertenencias. La situación no era la mejor para hacer negocios y la mayoría tuvo que mal vender casas, campos y animales. Se puede recurrir a las crónicas de Nicolás Gassmann hijo, donde detalla todo lo que vendió su padre y como ejemplo, su casa de 40 metros de largo, todo cercado, con dos establos para animales, un carro y dos caballos, todo por 700 rublos; en otras circunstancias todo esto tendría un valor real de 2000 rublos. Los compradores no eran muchos, pero sí, los oferentes, que tenían que vender a cualquier precio, pero al contado. Se vivieron momentos de enojo, otras de emoción, y otras que resultaban pintorescas. Muebles y animales eran rematados al mejor postor. El que durante el remate había hecho alguna compra, se llevaba todo enseguida a su casa. Se veía pasar una señora con ropa de cama, algún muchacho arriando un chancho, y hasta un niño, con lágrimas, entregando su perrito, que llevaba en brazos. Así muy pronto las casas quedaron vacías, y los emigrantes, con sus equipajes listos, esperando la hora de la partida en la casa de sus familiares.

El 14 de noviembre de 1877 había llegado la hora.

Toda la vida de los alemanes que vivían en la zona del Volga estaba cimentada en un profundo sentido religioso. Su Fe los sostenía en todo momento. Gozos y penas, en el trabajo y el descanso, todo significaba una ofrenda a Dios.

El día previo a la partida, todos los viajeros se acercaron a la iglesia para confesarse y al día siguiente comulgaron en la Santa Misa. Todos lloraron cuando el sacerdote dijo sus últimas palabras de despedida:

Viajen hermanos y hermanas en nombre de Dios, y que el santo

Arcángel Rafael, sea el conductor y protector del largo viaje.

Esperamos reunirnos por siempre en la patria celestial.

El párroco los bendijo por última vez y antes de abandonar ese lugar sagrado las mujeres se arrodillaron ante la Madre Dolorosa de Jesús, para encomendarse a ella, junto con sus hijos. Luego, llenas de emoción y con lágrimas en los ojos, abandonaron la iglesia.

Todos fueron a buscar sus equipajes, y luego de despedirse de sus afectos más cercanos, salieron a la calle principal, donde el pueblo reunido, les tributaron saludos y el último adiós.

Se oía solamente llorar; y así sollozando, nos pusimos en marcha.

“Tú, querida y hermosa iglesia, vista por última vez, te saludamos.

Tú, Cruz, en lo alto de la casa de Dios, guía hacia la patria celestial.

Adiós tú, hermosa Mariental, tu entorno de huertas y árboles frutales, donde vivimos tantas horas alegres disfrutando tus sabrosos frutos.

Seas saludado por última vez tú, querido cementerio, bendiga Dios una vez más a nuestros queridos difuntos padres y abuelos, y a todos nuestros fallecidos, en vuestras tumbas ya no podremos rezar. Dios les conceda la paz eterna y su luz los ilumine por siempre.

Se detienen los carros a orillas de la aldea donde está emplazada la cruz, imagen de Dios en lo alto, como mudo testimonio de riguroso luto. Alabado seas Tú Señor Jesucristo, por siempre, por siempre.

Entonces nuestro anciano padre hizo la señal de la cruz y rezó en voz alta, tres Padrenuestro, tres Avemaría y tres Gloria.

Quien nunca abandonó su vieja patria, quien por última vez estrechó la mano de sus padres, de sus abuelos, de sus queridos hermanos, y siente que el corazón se le desgarra sin poder contener las lágrimas, quien no ha tenido esa experiencia, no sabe lo que significa semejante despedida"

Salieron de Mariental a las 10 de la mañana del día 14 de noviembre de 1877 y se dirigieron en carros hacia Pokrowski, ciudad de los cosacos. Allí buscaron hospedaje hasta la salida del sol, en que deberían abordar una barcaza para llegar a Saratov, a través del río Volga. Este viaje no estuvo libre de inconvenientes, debido a la gran cantidad de trozos de hielo, que golpeaban el barco; en algunos casos eran tan grandes, que corrían el riesgo de zozobrar. Las mujeres y los niños vivían esto con gran angustia. Recién a la tarde pudieron atracar en el embarcadero de Saratov.