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El arroyo Crespo despierta emociones y lindos recuerdos

28/08/2020

Ya cerrando la Semana Mundial del Agua, queremos compartir con ustedes un poema y un recuerdo de infancia vinculados a nuestro arroyo Crespo, fuente de agua y de vida, que atraviesa nuestro pueblo y nos regala bellísimos paisajes:

 

Mauricio Mattalia, Integrante del grupo Ecoaldeas Entrerrianas, nos comparte este poema:

 

Vivimos en un hermoso lugar;

Somos bendecidos con un paisaje privilegiado.

Un río bellísimo, islas, playas, arenas, algunas parcelas de bosque autóctono.

Y aun pasando la loma de esta geografía ondulada, veo todo el valle;

Un valle de praderas verdes y sus animales.

Mi pueblo es hermoso, tan hermoso como su gente.

Lo cruza un arroyo.

Pero este está como un poco dormido, quiere despertar. Está despertando del sueño y nos está hablando. Y en su nostalgia....

Nos cuenta cuando su gente se bañaba en él;

De cómo sus niños jugaban en él;

De los animales, oveja, vacas, caballos que bebían de sus aguas puras y cristalinas;

De los primeros inmigrantes, nuestros ancestros que se instalaron en su costa para beber sus aguas, cocinar, asearse;

De cómo en sus orillas su vegetación y la fauna se mantenían prístinas.

El arroyo nos está conectando, nos está hablando, escuchémoslo.

Despertemos también y volvamos a vivir con él, cuidémoslo, como siempre nos ha cuidado y acompañado. Amémoslo.

El arroyo es el pueblo.

El pueblo es el arroyo

Escuchémoslo, él tiene para contarnos. También él puede decirnos como ayudarlo.

 

Darío Wendler nos comparte este bello recuerdo de su infancia transcurrida en las inmediaciones del arroyo:

 

Cuidar las vacas, cuidar el agua

 

En los años 70, una tarea que los niños del campo hacíamos con gusto y placer, era cuidar las vacas (Kuhe Hidee) en los caminos rurales. Yo particularmente, con Valerio Unrein, cuidábamos juntos las vacas, en el camino que atraviesa el arroyo Crespo, en el paso conocido como “de los Dobler”. En aquellos años no había una “calzada”, es más, apenas se podía cruzar a caballo, y ni en carro era posible. Frecuentemente íbamos allí porque había poco pasto en los campos o porque en los caminos crecía mucha gramilla y sorgo Alepo, y nuestros padres querían aprovecharlo para los animales y reservar en parvas la alfalfa del campo.

Llevábamos una bolsita que colgaba de una tira cruzada sobre el pecho, para poner las piedras que juntábamos para tirar con la gomera, que también colgaba en el pecho. Era el “arma” infaltable, que nosotros mismos hacíamos. Obviamente, la goma que usábamos era de alguna cámara de bicicleta o de auto. Y la horqueta podía ser de algún árbol de mora o de paraíso, que por aquellos años era un árbol común de nuestros patios.

Otro elemento indispensable que llevábamos era una pava. La que usábamos con Valerio, era de enlozado, que alguna vez había sido verde y que, por usarla con el fuego de la leña, se había tiznado de negro. La llevábamos siempre para calentar agua para tomar mate. Llevábamos la pava y un mate de lata, que era azul con pintitas blancas y tenía dos orejitas de manija, para no quemarse al pasarlo.

Otro elemento infaltable eran nuestras cañas de pescar, que en general eran dos: una para mojarrear y la otra, con anzuelo más grande, que la usábamos para pescar “tarangos”; para lo cual debíamos encarnar mojarras, por el lomo para que no murieran y se movieran atrayendo a este pez cazador. El tarango es un pez cazador, voraz y semejante en la pelea al dorado, por como tira al morder la mojarra, con mucha fuerza. Era el preferido de Valerio.

Y así, con la gomera y las cañas, teníamos la ilusión de convertirnos en “pescadores y cazadores”. En general, nos iba mejor con la pesca. Porque les digo la verdad: más veces me rocé los nudillos de los dedos con las piedras de la gomera, que las que acerté a un pajarito. La “presa” por la que íbamos eran las palomas torcazas, pero con las primitivas gomas que usábamos, era casi un milagro darle a una. Igual Valerio y yo no perdíamos la fe de darle a alguna paloma…lo cual nos entretenía tanto, que al volver la mirada a las vacas, dejadas en un lugar del camino,  éstas ya se habían tomado el buque, cruzando el arroyo y metiéndose a algún alfalfar de los Dobler…. Y cuando esto ocurría y los “viejos” o los Dobler veían las vacas en el alfalfar, seguro que a la vuelta, un tirón de orejas recibíamos. Hoy creo que las vacas más viejas, en especial La Paloma, se daba cuenta de nuestra distracción y se aprovechaba de nuestra cacería y se mandaba al alfalfar…..

Al llegar al arroyo, lo primero era conseguir sombra, leña y prender fuego. Luego buscábamos agua en el arroyo con la pava y la poníamos a calentar, sobre dos piedras que teníamos escondidas para tal fin. El fuego lo encendíamos con los fósforos marca “Ranchera”, cuyo palito era de papel encerado, y que mi mamá Rosa nos daba contados: no más de diez. Años de cuidado de los recursos… por no decir pobreza.

Ustedes se preguntarán: ¿y qué tiene que ver el cuidado de las vacas, el cazar pajaritos con la gomera, el llevar las cañas para mojarrear, el tomar mate con agua del arroyo con la pava verde, con el “cuidado del agua”?

Tiene que ver, porque esta historia nos hace dar cuenta de que no estuvimos cuidando muy bien el arroyo, una fuente de agua, de vida para los peces, y un buen espacio limpio para bañarnos y disfrutar de la naturaleza.

En los tiempos de mi infancia, recorríamos con Valerio gran parte del arroyo Crespo, desde el paso Dobler hasta La Panchita. No había ramblón en el que no íbamos a probar suerte con la pesca. Podíamos pescar las siguientes especies: mojarras, tarangos, truchas, bagres, tortugas, sábalos y doradillos, entre otros.  Si no picaba y hacía calor, nos metíamos a bañarnos, llevando muchas veces alguna cámara de auto inflada, para hacer más divertida la tarde. Y si teníamos sed o queríamos tomar mate, ni lo pensábamos: juntábamos agua del arroyo y listo.

Ese era el arroyo Crespo… Así lo disfrutábamos. Así me gustaría que hoy pudieran disfrutarlo los chicos.

Creo firmemente que si hacemos un esfuerzo entre todos; si simplemente cuidamos de no tirar desperdicios por los campos y en las cercanías del arroyo, lo podemos recuperar, poco a poco.

Podemos recuperar la belleza de nuestro arroyo. Podemos recuperar la pesca, las tarde en el agua, los mates en la sombra, las fechorías de gurices…


Imágenes: